Un día de la vida
Son las 7 de la mañana y el primer
rayo de sol le da directo en el ojo. Sofía no dormía profundo, apenas dormitaba
con los ojos entreabiertos y esa luz intensa la sacó del trance en el que se
encontraba. Hacía días que no dormía realmente, se pasaba la noche entera
girando y dando vueltas en la cama, estudiando el techo y cada una de las
sombras que se formaban con las siluetas de los árboles que entraban por la
ventana. Esa mañana se quedó tendida en la cama un rato más de lo habitual,
buscaba una respuesta aunque no sabía aún cuál era la pregunta. Había algo en
su interior que la incomodaba, que la hacía mantenerse en su cabeza la mayor
parte del tiempo tratando de descifrar aquello que estaba perturbándola.
Le echaba la culpa a la luna, a las
hormonas, al tiempo que hacía que no veía a su familia, a la búsqueda de
trabajo, al dinero, al amor. No lograba identificar qué era lo que le estaba
pasando, tampoco podía explicarlo. ¿Estaba triste?, ¿nostálgica?, ¿deprimida?,
¿confundida?, ¿ansiosa? Un cambio se estaba produciendo en su interior pero
ella no lograba ordenar sus pensamientos y emociones para definir realmente qué
era lo que sucedía.
Cuando juntó fuerzas se levantó de la
cama –ya eran como las 10 de la mañana-, se preparó unas arepas con huevo
revuelto como le gustaban y un café, al mismo tiempo que calentaba agua para el
mate. Mientras desayunaba en la mesa del living, con una playlist tranquila que
sonaba de fondo, leía por arriba el diario al mismo tiempo que miraba historia
de Instagram. Hacía días se planteaba hacer una limpieza tecnológica, se daba
cuenta de que cada dos segundos entraba al celular –a Instagram puntualmente- a
mirar nada en realidad, ya no había nada que ver pero como reflejo siempre
tendía a agarrar el celular y mirar sin realmente ver. Allí pasaba mucho tiempo
de su día y ya le estaba generando ansiedad, además se daba cuenta de que
perdía mucho tiempo valioso que podría invertir en hacer algo más productivo.
Terminó su café, las arepas y comenzó
a cebarse mates, esos que necesitaba sí o sí luego del café para arrancar bien
el día, sabía que podía estar todo el día tomando mate, era su fiel compañero
en todo.
En ese momento le escribió a su mejor
amiga, como hacían siempre pero sobre todo cuando tenía esos días en los que se
sentía perdida. Por la diferencia horaria –están en continentes distintos-
tardó un par de horas en contestarle, pero en cuanto lo hizo comenzó la charla.
Primero lo hicieron por whatsapp pero el tema se estaba poniendo profundo así
que decidieron hacer videollamada. Se pusieron al día sobre sus cosas, lo que
había pasado en los últimos días y luego continuaron con lo que estaba
pasándole a Sofía.
Luego de 3 horas de llamada –sí,
solían pasar varias horas hablando, exponiendo sus pensamientos, emociones y
dándose opiniones y consejos- que la dejaron con la mente más clara y el alma
más liviana, se metió en la ducha, se limpió esa nube que la agobiaba y salió a
la calle. Se fue a dar un paseo bajo el sol de invierno que ya empezaba a
calentar un poco más, dando señales de que la primavera se estaba acercando.
Mientras caminaba por las callecitas de su barrio, el sol le pegó directo en la
cara, ella frenó, cerró los ojos, respiró profundo y entendió que lo que le
había estado pasando era que estaba duelando a su yo anterior. Dejaba atrás
viejas estructuras limitantes para darle paso a la nueva Sofía, segura,
confiada, que sabía que lo que se propusiera lo iba a conseguir a base de
esfuerzo. Pudo perdonarse por todas esas veces que no se dio el amor que
necesitaba o que no se tuvo la paciencia que le tiene a todo el mundo y pudo
ver todo lo que hizo, todo lo que logró y cómo siempre salió adelante. Reconoció
el camino recorrido y respiro tranquila, sabiendo que lo que pasara de ahí en
adelante iba a tener solución. Así, tranquila y con una sonrisa en la cara,
emprendió la vuelta a su casa para continuar con los pendientes del día.
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