Lo que dura un piti

 Son las 20h y es la hora en la que Marta, como cada día, sale a fumarse un piti mientras conversa con los vecinos. Marta trabaja en una tienda como dependienta hace más de dos años. No cree que sea el trabajo de su vida pero la verdad es que está tranquila, los horarios no son tan terribles y se hizo buenos amigos.

En la tienda vende sombreros y algunas cosas más. Entra al mediodía a trabajar y cierra el local a las 21h. Si ritual diario es, entre otros, el piti de las 20h., sabe que la jornada laboral está llegando a su fin y esa es su manera de relajar y comenzar a bajar de un día largo de trabajo.

Se apoya contra la pared, enciende el cigarrillo y observa a la gente que pasa por la calle. Cada tanto saluda a uno que otro, se queda hablando con Ramón, el de la tienda de al lado, sobre la cantidad de turistas que pasaron hoy por ahí o simplemente mira la escena que se le presenta en ese momento.

Se lo fuma con calma, calada a calada, mientras piensa en cosas banales, en qué se hará para cenar, en que tiene que sacar a pasear a Cuqui cuando llegue y en que Santi, el chico con el que está saliendo, quedó en llamarla y aún no lo hizo. Se detiene un momento en ese pensamiento como nostálgica o, quizás, un poco temerosa de que no prospere esa relación, hasta que sacude la cabeza y se dice a sí misma que son sus inseguridades jugándole una mala pasada, que Santi la quiere mucho y se lo demuestra a diario, que no hay porqué dudar. Y que, en el peor de los casos, si no llega a más, es porque no tenía que ser.

Luego de esa reflexión, da la última pitada, apaga el cigarrillo contra la pared y tira la colilla en un basurero (detesta la gente que lo tira en la calle). Se da media vuelta, respira profundo y vuelve a entrar en la tienda ya dispuesta a comenzar a cerrar y bajar la persiana de otro día laboral.

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